Capilla de los Milagros Quito Wiki
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En los años finales  del siglo XVIII  Quito era una tranquila y prospera ciudad asentada en la serranía

Ecuatoriana, con un nevado Pichincha contemplando 

inmóvil los acontecimientos que allí ocurrían. Cuenta la leyenda misteriosa y un poco desconocida por todos que en una mañana soleada de verano, en un barrio llamado la Loma Chica, María una mujer de tez blanca con unos ojos grises radiantes que brillaban de una manera cálida y hipnótica con la luz del sol, ella esposa de Guillermo y madre de Raúl, Antonio y María José, como era costumbre en la época se levantaba día a día hacer sus labores cotidianas domesticas.

Es que aquella mañana en especial le tocaba bajar a la quebrada y lavar la ropa de su casa, ella muy comedidamente todos los miércoles llevaba las prendas de su esposo e hijos a limpiar a orillas del riachuelo y luego los tendía en el pasto hasta secar, este le llevada todo el día, pero María lo hacia de buena actitud ella amaba a Guillermo y vinculaba el amor con la abnegación a las tareas del hogar. Entonces mientras se disponía a descansar mientras secaba las prendas se le acerca a María, Maribel que era una mujer de tez blanca de actitud un poca irónica y de silueta regordeta a hablar con María. 

-Maribel, Hola comadre, usted no pasa un miércoles sin venir a la quebrada.

-María, Si Maribel es que tu sabes que debo mantener siempre limpia la Ropa de Guillermo, el trabajo mucho en la carnicería y debo hacer que el siempre se vea limpio.

-Maribel, no comadre pero yo pago, me evito ese lio de venir siempre usted sabe que mi querido esposo me consiente.

-María, Lo se querida amiga, pero yo hago todo por Guillermo.  

-Maribel, Bueno comadre la dejo debo de ir a rezar el Rosario a Santo Domingo con la Sofía, que tenga un lindo día.

-María, Gracias Maribel igualmente a usted y rece por quienes lo necesitan.

Mientras seguía de modo pensativa, María se disponía a orar en silencio, nadie lo sabia pero aprovechaba

ese momento en la quebrada para meditar, una costumbre adquirida con los años, siendo un remanso de paz y un poco desconectado de la cotidianidad del hogar. El miércoles siguiente María se disponía hacer la repetitiva tarea que realizaba ya por varios años, bajar a la quebrada a la lavar ropa. Pero esta vez algo rompió la cotidianidad, en una gran piedra comenzó a vislumbrar una luz. Temerosa María se queda estática y su piel se empalidece de miedo, al ver una presencia desconocida salir de la luz, le hable y le saluda , atónita no responde pero en cuestión de segundos la voz amena que le llamaba le da confianza y pregunta quien es usted. La silueta que se dibuja en medio de la luz es de un hombre alto, que se acerca a María y le contesta, María soy Jesús y vengo a hablar contigo, anonada. Mira y se arrodilla diciendo Señor usted porque se me a presentado si soy una humilde mujer.

-Jesús, María me presento a ti porque mis hermanos necesitan que se restablezca la fe en padre en estas tierras.

-María, Oh! Señor estoy a disposición dígame en que puedo ayudarle, soy una ferviente creyente y rezo al señor todos los días en especial en este paraje.

-Jesús, lo se María por eso vengo a enseñarte el camino, porque tu has demostrado dedicación de ser una mujer de familia y que sobre todo siempre ruega con el corazón el bienestar de todos en este lugar. Por eso debes ser parte debes seguir el destino de sacrificio que mi padre os ha elegido para ti. 

-María, estoy dispuesta a seguir los designios de mi señor y por eso evoco su sabiduría.

-Jesús, María ahora me retiro pero voy a venir todos los días a darte mis enseñanzas en este lugar, espero mañana vengas con la misma fe que te caracteriza.

-María, señor no soy digno de usted, pero estaré mañana aquí esperando escuchar su palabra.

-Jesús, ve y descansa, que mi Padre siempre estará cuidando tus pasos en estas tierras.

-María, gracias señor le esperare fervientemente el día de Mañana.

Luego en un abrir y cerrar de ojos el hombre desapareció, como si nunca hubiese estado en el lugar, María asustada y perpleja se dirige a su hogar, intentando contarle a su familia el milagro ocurrido. En ese lapso de camino a casa medita y dice y si fue un sueño, mañana iré pero no le diré nada a Guillermo pensara que estoy loca y es mejor ocultárselo.

Al siguiente día María despierta renovada con una sonrisa resplandeciente que es difícil fingir, Guillermo pregunta “María que te pasa”, el responde “no dada, solo estoy feliz de estar contigo”, Guillermo acentúa la cabeza y sigue terminando el desayuno, Antonio el hijo mayor le dice: “Madre nunca te había visto tan feliz”, le responde “claro hijo, que felicidad más grande que tener a todos mis hijos sanos conmigo ”. Al terminar esto  María le dice a María José su hija menor, preciosa ya regreso voy al río a lavar, se atenta y Raúl, María José asienta y responde “esta bien mami”.

María de manera acelerada se dirige a esperar, pasa una hora, luego dos, y la fe se le quebrantaba y pensando en su interior “y si fue un sueño, o me estoy volviendo loca”. Luego sin esperarlo aparece de nuevo la luz y se aparece aquel hombre bien parecido que se le presento el día anterior.

-Jesús, María estoy aquí y se que me has esperado impaciente, todo son pruebas de fe, que se deben cumplir en la vida, ni por mas desesperado que estés jamás debes dejar de creer y amar, y aunque nuestros hermanos lleguen a errar tu debes de hacerles entrar en la razón con el corazón y el amor que trasmite mi padre.

-María, gracias señor por sus benevolentes palabras, es verdad que mi interior titubeaba porque pensé que era un sueño, pero su presencia me llena de la gracia de creer ciegamente en usted.

-Jesús, ven hija que caminaremos hacia esa loma donde pastan las vacas que te voy a enseñar algo.

Los dos se dirigieron caminando y platicando como dos grandes amigos subiendo la cuesta empinada para llegar a la parte más alta de la colina, pero en una distancia considerable pero adecuada para ver estaba Maribel mirando a su vecina María caminar con un hombre sola por los pastizales de la loma. Ella se dice entre si “¿Porqué María va donde las vacas con un desconocido?, ¿Quién será ese hombre?”. Mientras tanto María seguía conversando con un semblante de felicidad con el hombre desconocido para Maribel.

Al llegar el ocaso, María se dirige a la casa a esperar a Guillermo, este le dice: “María te veo diferente que te esta sucediendo”, María le responde, “Nada Guillermo solo estoy feliz de tenerte a ti y a mis hijos conmigo”. A Guillermo se le notaba desconfianza en su semblante, es que era un hombre muy celoso, conocido en el barrio de irse hasta las puños con cualquier hombre que se dirigiera a su esposa, y la cuidaba tanto como un niño al juguete que más ama, sin contemplación y sin razón lógica que hacían de este hombre un ogro con todo quien quisiera acercarse a María. Llegando la noche María como madre ferviente fue donde sus hijos a darle su bendición, en esto Raúl que siempre es el mas callado pregunta a su madre, “Mami quien es el hombre que te visita”, ella anonadada por la respuesta le dice “Es nuestro señor Jesucristo que vino a enseñarme las enseñanzas de Nuestro Santísimo Padre, duerme que  hay que descansar”. Se despide con un beso y se dirige a sus aposentos.

Al día siguiente no solo María esperaba también lo hacia Maribel escondida entre los arboles para no ser divisada y ver de nuevo la misma imagen el hombre bien apuesto de cabello largo acompaña a  María a caminar.  Maribel se dice a ella misma “Esto es adulterio, pobre Guillermo, es una pecadora que no sigo las moral de la familia y de la iglesia”.

Después de estar siguiendo cual ave rapas a su presa sigilosa sin ser vista Maribel retorna a su casa a contarle todo a su esposo Federico, hombre de semblante señorial con cabellos de plata, quien era conocido por ser sabio.  Maribel llega agitada  a ver a su esposo a contarle lo que ha visto. Federico le dice “mujer que te pasa que vienes agitada cuenta que te atormenta”. Luego cierra la puerta del estudio donde se encuentra Federico y le dice: “Eh visto algo sin perdón”.

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siguiente: La lengua puede convertirse en puñal. Capitulo II

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